UNA EXPERIENCIA DESCONOCIDA Recibid el Espíritu Santo.
Dentro de cada uno de nosotros hay un
«espacio interior» que para muchos permanece desconocido e inexplorado. No es
exactamente un ámbito sicológico. Está a un nivel más profundo. Es el centro más recóndito de la
persona, donde se esconde el misterio de nuestro ser, donde resuenan las preguntas
más hondas: ¿Quién soy yo?, ¿por qué estoy aquí?, ¿para qué?
El hombre de hoy ha aprendido muchas
cosas, pero no sabe llegar hasta su propia interioridad. Vive volcado hacia lo
exterior, sin capacidad para encontrarse consigo mismo.
La vida moderna lo dispersa en mil
ocupaciones, contactos y experiencias externas que lo alejan de sí mismo. El ruido, la
agitación, el ritmo acelerado le impiden vivir «desde
dentro».
La fiesta cristiana de Pentecostés puede
ser una llamada a cultivar más nuestro mundo interior y a vivir más atentos a la
presencia del Espíritu en nosotros. ¿Cómo?
Entrar dentro de nosotros exige tiempo y
calma. Quien trata de vivir desde dentro sabe muy bien que el exceso de trabajo y
actividad no es una virtud, sino una enfermedad, una
esclavitud. «Todos los días nos hace
falta un buen rato de inactividad, para adentrarnos
descalzos en nuestro mundo interior» (R
Loidi).
Es importante, además, aprender a
distanciarnos de vez en cuando de nuestro quehacer cotidiano. Saber apartamos de las
ocupaciones que nos atrapan y dispersan, para «hacer silencio» y encontrarnos con lo más
profundo que hay en nosotros. No se puede vivir
desde dentro sin asegurar «lugares» y
«momentos» de interiorización.
Encontrarse a solas con uno mismo puede
inspirar temor. Nos da miedo descubrir nuestras contradicciones e incoherencias,
nuestra mentira y mediocridad, o nuestras frustraciones más profundas. Por eso, lo
importante no es analizarse, sino descubrir la presencia amorosa del Espíritu de Dios que
nos habita, nos sostiene, nos acoge tal como somos y nos invita a vivir.
El creyente se adentra en su interior en
actitud confiada. Se sabe aceptado y amado. Por eso, no cae en la desestima o en la
culpabilidad angustiosa. Se siente a gusto con Dios.
Seguro. Su experiencia del Espíritu es
siempre fuente de gozo. Un respiro en medio del vivir diario.
Este entrar en la propia interioridad no
significa huir de la vida para replegarse estéril mente sobre uno mismo. Al contrario, es
regenerarse desde la raíz, rescatar lo mejor que hay en nosotros, encontrarse
de nuevo vivo y con fuerzas para vivir y hacer vivir. El Espíritu de Dios que
habita en nosotros siempre es «dador de vida».
José Antonio Pagola
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