EL PREGÓN DEL EVANGELIZADOR
EL PREGÓN DEL EVANGELIZADOR (Jaime Bonet).
POR QUÉ QUIERO EVANGELIZAR.
¿Por
qué quiero evangelizar, anunciar la Buena Nueva del Reino, dedicarme a la
propagación de la FE hasta los confines de la tierra? ¿Por qué quiero predicar
el Evangelio de Jesús de Nazareth, consagrar toda mi vida a la oración y
ministerio de la Palabra? ¿Por qué, para qué la Evangelización?
Porque quiero colaborar con toda mi mente, corazón y fuerzas y
de la forma más eficaz a la Redención y liberación de todos los hombres. Quiero
que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Que
todos puedan verse libres de toda esclavitud.
Porque quiero comunicar esta "buena noticia a los pobres,
anunciar la libertad a los cautivos y dar la vista a los ciegos, para poner en
libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor" (Is
61,1-2). "Para hacer que los cojos anden, los leprosos queden limpios, los
sordos oigan y los muertos resuciten" (Mt 11,5).
Porque ansío cambiar el odio en amor, la tristeza en gozo, la
angustia y desesperación en optimismo y esperanza, la enfermedad y muerte en
vida y resurrección.
Porque anhelo ver amanecer una luz radiante en tantos rostros sombríos, en tantas vidas apagadas, en tantos corazones lúgubres, en tantos pueblos que yacen en las tinieblas y sombras de muerte.
Porque anhelo ver amanecer una luz radiante en tantos rostros sombríos, en tantas vidas apagadas, en tantos corazones lúgubres, en tantos pueblos que yacen en las tinieblas y sombras de muerte.
Porque me apremia poner en movimiento a tantas vidas
paralizadas, sin rumbo ni sentido, ni ansias de vivir; aburridas y aletargadas,
entre dudas y sospechas, incertidumbres e indecisiones, vacíos y complejos, que
las quiebran y atrofian para siempre.
Porque añoro calor de hogar en tantas familias, en las que acampa más bien un aire frío de cementerio, casi sin el rescoldo del amor e intimidad, del afecto y cariño, de la espontaneidad y alegría fecunda y creadora.
Porque añoro calor de hogar en tantas familias, en las que acampa más bien un aire frío de cementerio, casi sin el rescoldo del amor e intimidad, del afecto y cariño, de la espontaneidad y alegría fecunda y creadora.
Me interesa y fascina anunciar la Buena Nueva del Reino, Reino
de paz y justicia, Reino de Vida y Amor, para atajar la guerra sin tregua de
las distintas naciones y razas, de un continente contra otro, entre las
distintas naciones y razas, y detener la lucha fratricida de los hermanos entre
sí y de los hijos contra los padres.
Me urge hacer llegar el Evangelio hasta los confines de la
tierra para romper las cadenas de tantos esclavos, levantar las losas que
aplastan a tantos oprimidos, desatar las vendas que bloquean y eclipsan la
mente de tantos desnutridos de pan, de cultura y de fe.
Quiero correr a desatar la soga de millones y millones de
jóvenes que, en una desesperación como contagiosa, se alienan en busca de un
suicidio colectivo.
Quiero inyectar vida con mi sangre propia, a los que en este como delirio renuncian a vivir y se sepultan en vida. Y a todos con la voz potente del Evangelio gritarles: "Joven, levántate".
Quiero inyectar vida con mi sangre propia, a los que en este como delirio renuncian a vivir y se sepultan en vida. Y a todos con la voz potente del Evangelio gritarles: "Joven, levántate".
No puedo cesar de proclamar la Buena Nueva de liberación, para
salvar a los millones de niños cuyas vidas veo romper y desintegrar apenas
abren los ojos a la luz, o en el seno mismo de sus madres.
Quisiera impedir la igualmente certísima desesperación y soledad
de infierno de las mismas madres inconscientes ahora, de la monstruosidad de su
pecado.
Quisiera también evitar la denigrante despreciación a nivel de
estorbo y basura con que muchos hijos apartan y marginan el amor entrañable de
sus propios padres y abuelos. Y devolver el gozo y la alegría a los que se
sienten abandonados y como malditos por sus propios hijos.
Me inquieta y empuja el deseo de que brille el Evangelio sobre
la situación crítica de tantas vidas confusas y desconcertadas, sin ningún rayo
de luz que cruce su horizonte. El riesgo mortal de sus pasos inciertos y temerarios, sin ideal que les rija,
sólo a merced de una sociedad amorfa y sin espíritu, que les hace tambalear y
despeñarse en el vacío de su inanición, sin camino, sin entender el por qué y
el cómo de su existir, de su nacer y morir.
Me interesa llegar con el alba, al niño en su mismo germen de
vida, en el propio seno materno, para protegerlo y abrigarlo con el calor que
requiere y con que el Evangelio lo cuida y dignifica. Al que anhelo ver renacer
y ofrecerle el caudal de gracia correspondiente a su dignidad de sacerdote,
profeta y rey y que Jesús le adquirió con su sangre. Toda la riqueza del Reino,
Bienaventuranzas, que a todos promete y llama.
Me preocupa y ocupa, su normal crecimiento y desarrollo, su
educación y perfeccionamiento en el clima propio del amor, imprescindible para
su adecuada gestación y nacimiento. Para que sea conforme y no deforme, para
que nazca hombre y no monstruo y que se exprese como normal y no subnormal o
anormal. Para que no muera en el frío de la orfandad y del abandono en vida de
sus mismos padres y pueda sentir su caricia suave y caliente de ellos sin que
le asfixien y estrangulen.
Que desde el primer momento de su existencia encuentre el ambiente caldeado y no quede entumecido en puro feto al fallarle el calor de hogar, clima único que permite el crecimiento y desarrollo propio del hombre formalmente considerado.
Que desde el primer momento de su existencia encuentre el ambiente caldeado y no quede entumecido en puro feto al fallarle el calor de hogar, clima único que permite el crecimiento y desarrollo propio del hombre formalmente considerado.
Que el niño pueda abrir y desplegar más y más su vida como
semilla lozana, sin contratiempos, que la tronchen. Que desarrolle y dilate en
plenitud su capacidad afectiva y creadora de darse, de comunicarse y sonreír,
en un diálogo de cariño y amor recíproco y mutuo con todos.
Me interesa desplegar la panorámica de la Buena Nueva ante la
mirada expectante del adolescente, en la aurora de su vida, cuando va en busca de
luz y de verdad, como el empuje y timidez de un paisaje que se asoma, pidiendo
los destellos y el calor del sol. Es como un puñado de semillas que se abre a
sementeras sin límites ni horizontes.
Nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra:
"orationi el ministerio verbi instantes" ( Hechos 6,4 ).
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