UNA NUEVA EVANGELIZACIÓN UN NUEVO ARDOR

SER  DISCÍPULO DE JESÚS. 
Es aquí donde se inscribe la llamada que Jesús hace a todo hombre a seguirlo de cerca como camino de realización de su ser «imagen y semejanza» de Dios, como camino de realización de su mayor dignidad su vocación a la comunión con Dios, hasta asemejarnos y adquirir su misma perfección. De ahí el triple imperativo que Jesús nos dirige:
«Permaneced en mí...» Jn 15,4. Pues el camino para realizar esta imagen y semejanza es el de ser discípulo suyo, dejar actuar su Espíritu, el de ponernos a sus pies para escuchar su Palabra (cf. Lc 10,38)
solo el tiene palabras de vida eterna(cf. Jn 6,68), 
el  gozo de guardarlas (cf. Lc 11,28).
«Os doy un mandamiento nuevo... que, como  yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» Jn 13,34.
En el antiguo catecismo se definía al cristiano como el que reproduce en su vida los misterios de la vida de Cristo. Ser discípulo de Jesús es reproducir su vida en la nuestra por medio de la imitación, hasta llegar al mayor amor: dar la vida por los amigos (Jn 15,13) así como él, que por designio del Padre la dio por nosotros (cf. Hc 2,23) de ahí  la fuerza del mandato que Jesús nos hace a amarnos como él nos ha amado. Hasta llegar a su última intención, que seamos uno (cf. Jn 17,21), y en este camino irnos reconstruyendo y transformando el mundo.
«Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del hijo   y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo canto yo os he mandado» Mt 28,19-20
Siendo el discípulado el mejor camino para la realización de nuestro ser imagen y semejanza según la Imagen de Dios: Cristo; Jesús nos manda un paso de madurez en nuestro seguimiento a él, en el que ya no busco simplemente realizar mi identidad, sino, y primeramente, busco que todas las gentes sean discípulos de Jesús para hacer presente el Reino; es decir que todos también lleguen a la realización plena de la imagen divina que hay en ellos
 (Amor trinitario); bautizándolos, es decir, recobrando en ellos la semejanza perdida por el pecado, y enseñándoles a guardar los tres mandatos esenciales del discípulado: permaneced...; amaos..., e id...; que son el camino y a la vez el modelo del desarrollo de su semejanza hasta ser imagen perfecta en la Imagen.
 SER APÓSTOL- EVANGELIZADOR
Ser evangelizadores es para nosotros un «don» pues por el Bautismo somos constituidos profetas sacerdotes y reyes, y al ser restituida la semejanza, se nos da la capacidad de escuchar la Palabra de Dios y de transmitirla  a los hombres; pero también es una «tarea», pues, como bautizados, tenemos el derecho y el deber de en el día a día, hacernos sensibles a las situaciones de nuestro mundo y de cada persona, escuchando en ellas la llamada de Dios a la misión, y de responder con la mayor prontitud y disponibilidad a ella, utilizando los medios y métodos que más pronto lleven a las personas a Cristo
 El Evangelizador esta convencido y enamorado de Cristo
Es a esto a lo que apunta el proceso de discipulado: ayudar a las personas a desarrollar su identidad divina, acompañándoles paso a paso hasta que lleguen a la madurez de la vocación cristiana en la misión de evangelizar a todas las gentes en la medida de sus posibilidades como nos lo indican nuestras constituciones bajo el nombre de Escuelas de Apóstoles:
Es el porqué último del proceso de discipulado, llevar a las personas a la madurez cristiana. Estamos tocando lo más profundo de nuestra identidad divina realizada a imagen de Cristo pues como antes hemos visto en Jesús ser y misión es lo mismo.
Jesús es el primero y más grande de los evangelizadores y lo ha sido hasta el final, hasta el sacrificio de su propia existencia terrena (cf. EN 7),  Él es el evangelio (cf. Mc1,1), «fue enviado por el Padre a evangelizar a los pobres y a sanar a los contritos de corazón» (LG 8), «pues de sí mismo dijo Cristo a quien el Padre santificó y envió al mundo (Jn 10,36) El Espíritu del Señor está sobre mí; por ello me ungió y me envió a evangelizar a los pobres, a sanar a los contritos de corazón, a predicar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la recuperación de la vista (Lc 4,18);  y de nuevo: El hijo del hombre a venido a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 19,10)» (AG 3).

Evangelizador es el que está convencido y enamorado de Cristo, y por consiguiente le anuncia, y defiende al mismo tiempo, en medio del mundo que le ha tocado vivir. El evangelizador se siente llamado a ser Jesús en medio del mundo, consciente, como Él mismo decía, de que «a quién vosotros escucha, a mí me escucha, y quién a vosotros rechaza, a mí me rechaza» Lc 10,16. Por esto el proceso de discípulado es para los que se decidan a seguir a Jesús: he descubierto a Dios, le he conocido y le quiero dar a conocer. Es el mismo Señor el que nos dice a cada uno «bien vista tengo la aflicción de mi pueblo» (Ex 3,7) «¿A quién enviaré? ¿Y quién irá de parte nuestra?» (Is 6,8).

Siguiendo lo más de cerca a Jesús en su misión concreta de predicar la Buena Nueva del Reino por todas las ciudades (Lc 8,1), así como en su método y escala de valores, formaremos  ESCUELAS DE APÓSTOLES al nivel que los discípulos puedan alcanzar. Guiándoles para que puedan discernir la voluntad de Dios, animaremos a todos a aspirar a la perfección en el amor y a predicar la Buena Nueva del Reino en la medida de sus posibilidades
 Para hacer presente el Reino
«Nuestro primer testimonio deberá empezar por presentar, hecha vida palpable, la existencia de un Dios personal que, en Cristo, seduce, cautiva y colma nuestra existencia ya en este mundo. Demostrará, además, que la vivencia de su Amor hace presente su Reino entre todos los hombres que se unen en Él, haciendo de todos Uno. Este es, en efecto, el distintivo e identidad de los vedaderos discípulos y la característica propia de la comunidad cristiana: “La multitud de creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma” (Hc 4,32).»

De ahí que el Reino de Dios o vivencia y convivencia del amor de Dios en nosotros y entre nosotros (cf. Lc 17,21) y el anuncio de este mismo Reino de Dios por todo el mundo con la vida y con la Palabra sea lo primero que debe procurarse a la persona, en el proceso de discipulado, como experiencia de Reino; de ahí que las personas puedan contar, con la formación necesaria para su propagación; con la suficiente claridad haciéndoles descubrir que esta formación no es algo para provecho sólo personal, sino también para provecho de los demás, pues es una llamada del Señor, una riqueza muy grande que no puedo pasar por alto. Se trata de formarse bien para formar a otros, de dejarme ayudar para poder ayudar a otros, dejarme guiar para guiar a otros.

El dinamismo del Reino el dinamismo propio del proceso de discipulado y el dinamismo de las escuelas de apóstoles; es el mismo de la dinámica de Jesús, el cual vino a anunciar la Buena Nueva del Reino a los pobres (Lc 4,19) y no permitió que se le reteniera diciendo: 
De ahí que a ejemplo del Maestro los discípulos no se quieran dedicar a otra cosa que  «a la oración y al ministerio de la Palabra» (Hc 6,4) como los medios más directos para vivir, convivir y propagar el Reino de Dios, y que como Pablo, enseñarán a los cristianos: «...y cuanto me has oído en presencia de muchos testigos, confíalo a hombres fieles, que sean capaces, a su vez, de instruir a otros» (2Tim 2,2). Este es el dinamismo propio del Reino de Dios, el dinamismo de las hondas expansivas. De ahí el talante tan especial de las primeras comunidades cristianas de las cuales todos hablaban con admiración (cf.  Hc 5,13; Carta a Diogneto, 4), y las cuales se multiplicaron en gran número (cf.  Hc 2,41; 5,14) hasta llegar a transformar todo el imperio romano.

Por esto, continuando este mismo dinamismo, surge la llamada, que en los últimos tiempos se nos hace a toda la Iglesia, a una nueva evangelización, nueva en su ardor, en su método, en su expresión Y nuestra respuesta a través de nuestra misión de hacer discípulos a todas las gentes.


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