SI EXISTES HAZME FELIZ
¡Si
existes, hazme feliz!
relato
de la Vocación
de
Jaime Bonet
Colección
Cuadernos
Patrimonio
Fundacional VD
¡Si
existes, hazme feliz!
Índice
Presentación
1.
Relato
de la vocación de Jaime Bonet
2.
Recordando
la vocación
3.
Llamada
inicial, llamadas en el camino
4.
Vocación
de Jaime, germen del VD
5.
La
vocación según la Sagrada Escritura
6.
Reflexiones
de Jaime sobre la vocación
7.
¿Y
tú?
Fuentes sobre la vocación de Jaime Bonet
Edita: Antonio Velasco Jiménez
con la colaboración del Equipo de Patrimonio
Fundacional Verbum Dei
y la participación de Margarita Sánchez
Fotografías: Archivo Verbum Dei
Textos: Archivo Patrimonio Fundacional
Verbum Dei
Fraternidad Misionera
Verbum Dei
Centro de Estudios Jaime Bonet
Ctra. Loeches-Velilla de San Antonio,
Km. 3.5
28890 Loeches (Madrid)
Madrid
17 de enero 2020
Editorial
Verbum Dei
¡Si existes,
hazme feliz!
Presentación
Jaime Bonet
nace el 21 de mayo de 1926 en Alquería Blanca, un pueblo pequeño de la Isla de Mallorca,
en España. En la preparación de las navidades de 1940, Jaime, a sus catorce
años, vive unos ejercicios espirituales de adviento para los alumnos en el
Colegio de La Salle de Palma de Mallorca. Los ejercicios alternaban unas
meditaciones en la mañana dadas por algún Hermano de La Salle y el ritmo de
clases con normalidad y la participación en la Eucaristía.
Queremos
dedicar estas páginas a recoger el relato autobiográfico de Jaime de esta
memorable experiencia de su vocación, cuyos frutos se prolongan en el tiempo.
Esta
experiencia sencilla de fe se convierte para aquel adolescente en un momento de
encuentro vivo y personal con Jesús que determinará toda su vida hasta su
partida a la casa del Padre. En muchas predicaciones y coloquios con grupos,
Jaime narra su vocación, con palabras diversas, pero contando siempre esos
mismos momentos que se le grabaron tan hondo en su corazón, y que fueron el
punto de partida, a la vez que cimiento firme de todo lo que vivió después,
incluida la fundación del Verbum Dei.
De forma
germinal, la experiencia de vocación de Jaime Bonet contiene los elementos
fundamentales de lo que en el futuro sería el carisma Verbum Dei. Al mismo
tiempo nos invita a cada uno de nosotros a recordar,
reavivar y recrear nuestra propia llamada de Dios y reconocer hoy lo que
esto nos implica.
Este relato
autobiográfico de Jaime es en realidad una compilación de varios textos de
Jaime Bonet: manuscritos, homilías, entrevistas y coloquios donde Jaime ha
relatado su experiencia vocacional siempre en contextos distintos, para
personas distintas y en etapas diversas de su vida. Aunque Jaime siempre
contaba lo mismo, lo hacía con acentos diversos. En el apartado 1 hemos puesto
la síntesis de una gran variedad de narraciones que se enriquecen y
complementan entre ellas. Esta sencilla biografía vocacional nos acerca a
algunas de las fuentes de Jaime Bonet y del Verbum Dei que hemos citado en las
notas a pie de página y en la bibliografía final.
En los demás apartados
hemos realizado una reflexión sobre la riqueza tan inmensa que nace de escuchar, vivir, reavivar nuestra
vocación en cada momento de nuestra existencia, como también la riqueza de narrar
nuestra vocación y reconocer que el Espíritu Santo va escribiendo en nuestras
vidas una peculiar historia de salvación.
Hemos querido
ofrecer este texto entrañable y emblemático de nuestro fundador, en la fiesta
de la fundación del Verbum Dei, y en este año 2020, en el que Jaime Bonet
celebra desde el cielo el 80 aniversario de su experiencia vocacional (adviento
de 1940) y nosotros nos alegramos juntos buscando renovar nuestra llamada en
este camino en el que Dios nos ha concedido ser compañeros en las alegrías y
fatigas por el Evangelio (cf. 2 Co 1,7).
Antonio Velasco
Jiménez, FMVD
Loeches
(Madrid) 17 de enero 2020
1.
Relato
de la vocación de Jaime Bonet
En el Colegio de La Salle
La fe de mis
padres
1.
Mi
padre era un campesino con fe. Vivíamos en un caserío, donde había unos veinte
jóvenes. Mi padre, con lo que sabía, en las noches de invierno, cuyas veladas
eran más largas, reunía a todos los jóvenes del caserío. Ellos tenían interés
en que él les diera catecismo. Yo, que era muy niño, estaba con él y le
ayudaba.
2.
Él
tenía mucha fe en la Vida eterna, ¡y vaya cómo era capaz de interesarse por
cualquiera del caserío que no tuviera fe! ¡Él sí que se la comunicaba! Y
también mi madre, que se valía de ayudas, de regalos, obsequios o lo que fuera,
para trabar amistad y tener ocasión de contagiar su fe.
Muchas preguntas
3.
La
persona, en algún momento de su vida, generalmente se para y se detiene ante la
fe. Yo no me paré hasta los catorce años. Desde los 12 años estuve con muchas
preguntas. En realidad, yo tenía un interrogante que me intranquilizaba mucho,
porque no hacía caso de Dios, sino que hacía lo que a mí me interesaba.
¿Y si existiera?
4.
Yo
era muy feliz porque mis estudios iban muy bien, los deportes también, pero
siempre uno puede ser más feliz y me decía: «¡Siempre se puede ser más feliz! ¡Si
puedo tener dos carreras, mejor!». Sin embargo, me incordiaba siempre una misma
idea, debido a la creencia de mis padres, a su fe.
Entonces, a los
catorce años -estaba estudiando el bachillerato con los Hermanos de La Salle-, y
pienso: «No. Yo no paso más adelante. Si Dios no existe, yo no quiero ir a la
capilla ni a perder el tiempo. ¡No, no me interesa! Pero, ¿y si existiera? ¡Si
existiera me conviene averiguarlo!».
Después,
he empleado este mismo argumento para mucha gente: «¿Y tú estás seguro de que
no existe Dios? ¿Y si existiera…? ¿Y tú?». «Sí, ¡pero como no existe!». «Pero
yo te digo: si existiera…». «¡Hombre, pero como no existe!». «Pero, si
existiera, ¿qué?» «¿Y quién me lo va a decir? Si se lo pregunto al cura me dirá
que sí existe. Si se lo pregunto a un ateo, de los que quemaban las Iglesias en
aquellos tiempos, me dirá que no. Si tuviera ocasión de preguntárselo al Papa,
me diría que sí».
Pensé
lo que me decía mi padre y mi madre: que Dios era muy bueno y nos amaba. Si es
así, me contestará. Me dirigiré a Él porque, con este interrogante, no quiero
vivir la única vida que tengo.
Si existes hazme
feliz
5.
Entonces
tomé en mi mano un crucifijo bastante grande que tenía cerca[1]. Era
la primera vez que lo hacía con algo de interés. Lo besé. Ante este Cristo,
marcado de llagas y sangre, roto, medio deshecho y digo: «¿Qué le voy a pedir?»
Pues yo tenía siempre una respuesta cuando me preguntaban qué quería ser
de mayor. Yo decía, «cualquier cosa menos cura o fraile».
Entonces,
yo pensé que ya solo faltaba que me pidiera esto. Para prevenirlo, yo le voy a
pedir otra cosa: «¡Si existes, dame una felicidad mayor!» Porque yo estaba
bien, con mis estudios, el deporte, etc. ¡Le seguía mirando muy fijamente, muy
serio! Le dije: «Si existes, hazme feliz». Y esperé la respuesta. ¡Me dio tal
alegría! Una alegría para mí desconocida, pero tan entusiasmante, que yo no
podía aguantar tanta belleza y me dije: «Bueno, puede ser algo psicológico,
algo sintomático». Pero me fue en aumento.
Quisiera ser como Tú
6.
Poco
después, al ver al Cristo destrozado le digo: «¿Qué te ha pasado?» No tenía
figura, aspecto, era como un Cristo leproso, monstruoso, como si allí recobrara
el movimiento de sus venas y la vida, y hablaba como ser vivo.
¿Qué
te ha pasado? Y Él me respondió en mi corazón: «Has pasado tú». Y yo le dije: «Tienes
razón, porque llevo 14 años y no te he dicho nada, ni palabra, y Tú me has dado
esta vida. Si yo hubiera
pasado un día sin saludar a mi padre y a mi madre hubiera sido un disgusto y
llevo 14 años sin decirte nada. Te he destrozado, te he despreciado; como si
hubiera pasado una apisonadora por encima».
Entonces
le dije: «Mi vida es tuya. Mi vida es tuya». Le añadí: «Quisiera ser como Tú; por
Ti hacer lo que Tú has hecho por mí. ¡Quisiera quedarme leproso! Me voy a una
leprosería, porque Tú has cargado con mi pecado, con mi lepra y yo quiero ser
leproso por Ti y por mis hermanos… Quisiera darte la misma prueba de amor.
Tengo que devolverte este Amor». Por eso, ¡claro!, mi primera ilusión fue: «Me
voy a una leprosería. Y si me contagio de la lepra por ayudar a los hermanos,
seré feliz».
¿Cómo te pagaré
todo el bien que me has hecho?
7.
Y
bien decidido, sin pensarlo más, al momento, como estaba yo estudiando con los
Hermanos de La Salle pregunté a uno de ellos: «Hermano, ¿usted me daría una
geografía de leproserías?». «Sí, nosotros tenemos muchas y hay Hermanos en
ellas, ¿te interesa?». «Sí, sí». Y cuando la leí, digo: «¡Qué cantidad de
leprosos! ¡Dios mío!».
Entonces,
le dije (a Jesús): «Yo quiero quedar como Tú. Tú has cargado con mi maldición, yo
quiero cargar con la maldición de los otros, pues, Tú estás en ellos y dándome
a ellos, me doy a Ti». El crucifijo me remitía a una leprosería, y ser leproso,
con la ilusión de ser leproso por ellos[2].
Me dio la
impresión de que se me cayera encima. Lo vi muy abandonado, enfermo, postrado
sobre mí para tomarme, al mismo tiempo que me decía, con gran confianza: «En
tus manos está mi destino…»[3].
«¿Cómo
pagaré yo a Dios todo el bien que me ha hecho?”» (Sal 116,12). Fue lo primero
que se me ocurrió a mí decir a los catorce años: «¿Puedo yo pagar tanto bien,
tanto perdón, tanto amor de Dios? Me ilusiona quedar como Tú en la cruz, sin
figura. ¡Me encantaría! Te lo quiero pagar. ¡Te lo quiero pagar!».
Antiguos amigos
8.
Después tocaron
para ir a la Capilla[4], y al
ver el Sagrario, aquel cajón que para mí antes no era nada, ahora era como si
lo viera como una persona, no lo hubiera visto más claro, el Dios Eucaristía. Entonces,
vino un diálogo, un diálogo muy familiar ya, íntimo, de tú a tú, como si
fuéramos antiguos amigos. Tan amigos, que hasta me atreví a darle consejos a
Jesús.
9.
En
aquel tiempo, durante la Guerra civil española se quemaron muchas iglesias, se
profanaba la Eucaristía, se llevaba a Jesús a casas de prostitución, etc. Y
recordándolo le dije:
- «¿Ves Jesús? ¡Esto no puede ser!
Tú no debieras haberte quedado en el Sagrario así; “¿Por qué te has puesto así,
en un pedacito de pan, indefenso?». «¿Quién te conoce, si eres el último del
pueblo? Porque si Tú hubieras ido por las calles, si Tú hubieras hablado, si
Tú, el más hermoso entre los hijos de los hombres, hubieras aparecido como un
joven de veintiún años, un joven con fuerza, todo esto se hubiera podido
evitar».
- Pero Él me remitía a mí muy
fuertemente diciéndome: «Jaime, y ¿tus pies?». «¿Te servirían, Jesús?». «Si tú
quieres, serán los míos». «¡Pues, son tuyos!».
- «Jesús, porque si Tú anduvieras
por las ciudades y hablaras a la gente, al mundo, tu atraerías a todo el mundo».
Él me respondió en mi corazón: «¿Por qué no me llevas Tú?». «Tus labios son mis
labios».
- «Y tú, ¿no puedes hablar, está
muda tu boca?». «¿Te iría bien mi boca, mi lengua? Pues, ¡es tuya, Jesús!».
- Él seguía preguntándome: «¿Y tu
cabeza?, ¿y tu cerebro?». «¡Es tuyo!».
10. Recuerdo una pregunta que le
hice, que jamás la olvido:
- «Entonces, ¿te agradaría, Jesús,
ir por aquí, por allá, por las ciudades y por el mundo?». La respuesta era:
«¡Me encantaría!». «Pues, ¡irás!; Jesús, irás porque mi vida es tuya. ¡Irás!». «¡Contigo,
Jesús!».
Lepra de vida
eterna
11. Pero el hecho que no fuera a una
leprosería como la del P. Damián de Molokai fue precisamente por el encuentro
que tuve con Jesús en la Eucaristía. Entendí de Él: «¡No! Hay otra lepra. Hay
una lepra peor, por la cual he dado la vida, que es la lepra de la vida eterna[5]. Yo no quiero que eternamente
seas un leproso, yo te quiero perfecto y también a todos mis hijos. Luego, si
quieres verme feliz, cúrame de esta lepra en mis hermanos». «¡Ah, perfecto!
¡Muy bien! ¿Qué tengo que hacer para eso?».
¿Qué tengo que
hacer?
12. Y sin esperarme dos horas ni una
hora fui donde el Hermano de La Salle y le pregunté:
- «¿Hermano, para llevar a Dios
Eucaristía qué tengo que hacer?».
- «¡Yo no sé qué te pasa hoy!». «¡Yo
tampoco lo sé! Pero quisiera ir a una leprosería».
- «Tú serías muy buen hermano de La
Salle».
- «Pero, ahora resulta que Jesús
me ha pedido esto, me dice esto. ¿Y qué hago?».
- «Ah, entonces, tendrás que ser sacerdote».
Porque en aquellos tiempos, nadie podía tocar la Eucaristía. Si caía una Hostia,
nadie la tocaba... iban a buscar al cura.
- «Entonces, tendrás que ir al
seminario».
- «¿Seminario?
¿Ahí donde se fabrican los curas? ¿Y no hay otro camino?».
«No,
no». «Pues mira, conviene que, si tú quieres acompañarle y llevarle y tal...
seas sacerdote».
«¿Sacerdote?
¡Lo que nunca hubiera querido en mi vida!». Pues me voy allá, me voy allá en
seguida».
Encuentro con el Rector del
Seminario
No me haga demorar
13. Temía perder aquella llamada y
por esto me fui al Seminario enseguida, aunque estábamos ya casi a final de
curso. Yo estaba terminando el bachillerato[6]. Cuando llegué me preguntaron:
- «Muchacho, ¿a qué vienes?».
- Digo: «Por lo visto tengo que
ser sacerdote».
- «Bien, pero ahora no, porque
estamos a final de curso».
- «¡Por favor, acéptenme, que, si
no, voy a perder la vocación!».
- «Pero, ¿quieres o no quieres la
vocación?».
- «Quiero. No es que me atraiga,
pero la quiero».
El Rector estaba un poco desconcertado ante mi
insistencia.
- Digo: «No me haga demorar porque
si no, me pierdo».
- «No, vete a tu pueblo, pediremos
informes a tu parroquia y en el Colegio de La Salle y luego, ya te llamaremos».
Pensé yo: «¿En mi parroquia? Si nunca he sido
monaguillo. ¿Cómo podrán dar buenos informes de mí?».
Por eso les
insistí: «Por favor, señor, usted arrégleme esto cuanto antes, porque yo no
quisiera perder esto. ¡Mande la carta rápido!».
Sentía prisa; y entonces, cuando me vieron tan
interesado me dijeron: «Bueno, miraremos nosotros y te escribiremos».
En el Santuario de la
Consolación en Alquería
¡Guárdame, Madre!
14. En aquel tiempo
los procesos eran muy lentos. Pero yo estaba tan “así”, tan interesado, que, al
irme a mi pueblo, en vacaciones, en lugar de irme a mi casa, me fui a la
Virgen, al Santuario de la Consolación y le dije: «¡Guárdame, guárdame, guárdame
esto, que es un tesoro!... Guárdame esta vocación y haz que me llamen pronto,
porque si no… Ayúdame, porque yo por mi cuenta y por mis fuerzas no aguantaré
ni diez minutos, menos un día y mucho menos una semana, pero contigo todo es
distinto».
Primeros pasos en su casa
Después de la
llamada
15. Yo entendí que Cristo me
necesitaba y me quería. Entonces me fui allá, al pueblo. Mi familia lo aceptó
muy bien, mi madre y mi padre.
Entre
mis pecados y fallos vi mi vocación: enseguida se lo dije a mis padres, a mis
hermanos, a mis amigos que soltaron carcajadas al decirles: «Voy a ser cura»,
diciendo: «¿Tú, cura?» Si a mis 14 años mis padres se hubieran opuesto a mi
vocación o me la hubieran demorado, aunque fuera medio año, tal vez yo no
hubiera seguido este camino ni haría lo que hago. Pero mis padres me dijeron: «¡Adelante,
hijo, adelante! ¡Lánzate! Son cosas con las que no se puede jugar, porque no
eres propietario de tu vida ni de tu destino, ¡ni mucho menos!».
¿Lo has pensado bien?
16. ¡No hay que pensarlo mucho! Yo
lo he recordado muchas veces. Si yo hubiera pensado mucho lo de seguir a
Cristo, no lo hubiera seguido. «¿Lo has pensado?», me preguntaron una colección
de tías muy devotas que tenía.
Yo
tenía tanta parentela y tantas tías que cuando oyeron: «Jaime parece que quiere
ir al Seminario», se sorprendieron tanto que dijeron: «¡Qué va! De los setenta
y tres primos, la mayoría son mejores que él».
Por
eso, me lo quisieron preguntar a mí directamente. «Tú, pregúntale -le dijeron
todas a una de ellas, que era como la madre superiora del grupo-, ¡díselo tú!».
Yo las
veía venir. Entonces, empezaron diciendo:
- «Jaime, estamos muy preocupadas».
- «¿Sí?, ¿qué pasa?».
- «¿Tú has pensado bien esta
vocación?».
- Digo: «¡No!».
- «¿Ves? ¿Ves? ¡Ni lo ha pensado,
ni lo ha pensado! Y, ¿por qué no lo piensas?».
- Digo: «Porque si lo pienso, no
lo seré. Porque ser sacerdote no me agrada nada. No me atrae nada».
- «¿Entonces?».
- «Entonces, me he encontrado con
Cristo y he visto que ha dado la vida por mí. Y como me lo ha dado a entender,
mi vida es suya. ¡Listo!».
También vosotros
17. Viendo yo dónde tenían el
corazón mis padres, les pude decir con toda sinceridad: «Es imposible que
conozcáis personalmente a Jesús, porque con lo que me amáis, si le conocierais
me hubierais orientado hacia Él, en vez de dirigir mi mente y mi corazón tanto
hacia los estudios. Estoy seguro que es por puro amor que lo hicisteis, pero
veo que este amor está desviado y demuestra que no tenéis un conocimiento
palpable y vivo de Jesús como Persona». Ante esto, se quedaron un poco
sorprendidos: «Pero ¿qué dices?». «Sí, sí. Lo primero es Él. Después de haberme
encontrado con Él, veo que conocerle es lo fundamental y es a vosotros, antes que
a nadie, a quienes se lo he querido decir».
En la
misma conversación, sin tardar mucho, dicen: «Dinos cómo lo tenemos que hacer».
Digo: «Tenéis que escucharle. Voy a buscar un buen director[7] que os dé la Palabra y que os
la aplique bien». Esto se lo decía yo cuando tenía catorce años.
Después
le dije a este director: «Mire, le mando a mis papás, apriételes al máximo, que
son mis padres».
«Pon en tu vida alma y mano. Y aprieta,
hasta sacar de lo humano, sobrehumano», decía Marquina, un poeta español.
¡Aprieta!
Efectivamente, él les ayudó tanto que, luego, me dijeron mis padres: «Jaime,
¿por qué no nos dijiste esto antes?». Digo: «Es que os lo he dicho unas horas
después de haber encontrado a Cristo».
Ellos,
inmediatamente pensaron en sus hijos y me dijeron: «Pues, ahora, también tus
hermanos tienen que conocerlo. Lo tienen que conocer».
Primeros cursos en el seminario
Cristo me necesita
18. Yo pensaba: «¡Ay, Dios mío!
porque solo falta un mes para acabar el curso en el Seminario, termina en junio».
Era mayo y a final de mayo me llamaron. Yo me puse en el primer curso y como
era un poquitín mayorcito, me examiné de este primer curso. Me dieron muy buena
nota y me dijeron: «Bueno, ahora tienes tres meses de vacaciones -como es
costumbre en España, julio, agosto, septiembre- y en octubre entras
definitivamente». Entonces, les pregunté: «Oigan, ¿no me dejarían hacer el
segundo curso en verano, que son vacaciones?» Y dijeron: «Lo vamos a mirar». Lo
miraron entre los superiores, los profesores y dijeron: «Sí, sí, puedes hacer
el segundo curso». Me aprobaron el segundo curso en septiembre[8].
En La Sapiencia
19. En el Seminario, después de este
primer curso, hubo Oposiciones para entrar en el Colegio de La Sapiencia. Era para siete u ocho
estudiantes seminaristas y todo era gratis. Me presenté y me aceptaron. Entonces,
entré allí, y allí acabé mis estudios sacerdotales.
Si me quisieras tú
20. En aquel tiempo no tenía novia,
porque estaba estudiando, pero me cantaban y me silbaban. Era tremendo esto, a
veces me gritaban y me recitaban: «Si me quisieras, te juro yo, esclava por
siempre fuera prisionera de tu amor». Esto me lo cantaban viéndome pasar, aun
siendo seminarista, ellas tocando el cristal de una tienda: «Si me quisieras,
te juro yo…» y que tal y que cual...
¡Vendrán!
21. ¡Me gusta hablar a los jóvenes!
Al llegar al pueblo, ya seminarista, yo tendría 14 o 15 años. Le dije al
párroco:
- «Los chicos del pueblo tienen
vacaciones, no hay clase; quiero darles unos ejercicios espirituales»
- «¡No! No van a ir de ejercicios espirituales»,
me dijo.
- Pero Jesús me decía: «¡Sí!». Le
dije: «¿Y si vienen?» «¡No vendrán! Porque son vacaciones». «¿Por qué no puedo
darlos?»
- Y enfadado me contestó: «¡Contigo
es inútil discutir!».
Llamé
a los amigos y les hablé y les dije: «Llamadme a uno por uno (a todos los
jóvenes)». Vinieron prácticamente todos. Me aprendí muy bien la primera charla
para que continuaran. Respondieron perfectamente. El párroco no sabía qué decir
al ver a los chicos entusiasmados.
Lo que te digo
transmítelo a otros
22. Yo tuve la
libertad de poder ir a predicar a los ancianos de las Hermanitas de los Pobres.
Iba también a predicar a los gitanos los domingos. Era obligatorio salir los
domingos. Todos teníamos que salir del colegio, pero yo elegí ir a dar
catequesis, ir a predicar, a hacer apostolado.
Realmente,
si uno ora, se ve impulsado a tenerlo que dar y, a la vez, al tenerlo que dar,
lo tiene que recibir.
Es ahí
donde uno ve sentido a la oración, donde Dios te dice: «Prepáralo bien, dalo
bien. Lo que te digo, transmítelo a otros».
Siendo sacerdote y párroco en Mancor del Valle
Predicar a tiempo y a destiempo
23. El primer año de estar en la
parroquia ya empecé a dar Ejercicios. Es verdad que había que atender
debidamente a los feligreses, pero no es difícil encontrar algún sacerdote que
colabore con todo gusto. Le dije a uno, algo mayor y que tenía tiempo de sobra:
«Mira, mientras yo predico en el Santuario (de Santa Lucía), ven tú al pueblo a
celebrar la misa, los funerales y las bodas. Atiende tú al pueblo diariamente y
yo vendré los domingos».
Además, las
mismas personas de la parroquia que hacían Ejercicios, viéndome tan ocupado en
la predicación, empezaron a tomarse la responsabilidad de atender a todas las
necesidades. Me decían, como pidiéndome un favor: «Permítanos encargarnos de la
limpieza y de la organización de la Iglesia. Se lo solucionamos todo; pero
usted no deje de predicar».
Los
que no podían predicar, atendían a todos estos quehaceres, mientras que todos
los que podían se preparaban para predicar.
Siempre con María
24. En mi sacerdocio, María ha sido
la Mamá querida, imprescindible, como hijo querido de sus entrañas: en sus
brazos y siempre con cuidado y mimo, llevándome de la mano con pulso firme y
suave, acogedor y seguro. Mi sacerdocio y mi vida misionera son inseparables de
María.
2.
Recordando la vocación
Pasaron los
años, y periódicamente Jaime, recordando su vocación, comentaba expresiones
llenas de agradecimiento:
«Gracias, mi Rey, Señor y Amigo. Pasaron
cincuenta años desde que percibí tu mirada sobre mí. Gracias, infinitas
gracias, por estas Bodas que en diciembre próximo podré renovar, reconstruir,
consolidar, como alianza eterna. Feliz año jubilar para mí, de Bodas de Oro
continuas.
Purifícame,
más y más, en el crisol de la humillación, para que solo quedes tú en mí y
seamos uno, como Tú eres uno con el Padre.
Gracias
porque me mantienes la ilusión de aquella primera mirada recíproca, de aquel
amor mutuo, de aquella alianza y entrega, que Tú has hecho irreversible y
definitiva.
Gracias
por la mayor conciencia de la vocación y de la misión, por el más vivo
conocimiento de Ti y de mí; de mi nada y de tu Todo; de mi pecado y de tu
Gracia, de mi miseria abundante y de tu misericordia que no tiene fin, y me
supera y desborda.
Gracias
sobre todo por la amistad creciente con la Trinidad y María». (25 noviembre 1990)
------------------
«¡Qué grande eres mi Señor, mi Amigo
Jesús! En Ti quiero invertir[9]
toda mi vida y fundir mis horas del día y de la noche. Todo y solo para Ti. A
tu gusto.
Ya sabes, mi Jesús: ¡Cincuenta años que
me miraste, que arrancaste de mis ojos, distraídos, perdidos entre las
aspiraciones del mundo y la vanidad, una mirada fija en Ti! Y te comprendí. Y
penetré con mi mirada hasta muy cerca de tu corazón. Diría que permití con
fuerza el impulso fuerte de tu latido. Creo que repercutió en todo mi ser.
Recuerdo que rompió totalmente la venda
de mis ojos y la corteza de mi corazón y pude, sin intervención, entrar en contacto
vivo con tu Amor. Todo fue Amor. Ni hubo coacción alguna, ni siquiera esfuerzo.
Todo fue obra tuya, empeño tuyo. Quedé abierto ante Ti como en un quirófano,
palpaste mis entrañas y yo puse gozosamente lo más íntimo de mi ser en tus
manos.
Hoy, a distancia de cincuenta años, con
mayor experiencia de vida[10]
y penetrado por tu incisivo, agudo y desbordante Amor misericordioso, siento
por Ti, mi Jesús, la misma gratitud. Perdón, Papá Dios, por tanta infidelidad
por mi parte. ¡Cómo me dolió haber esperado tanto a acercarme a Ti: a los
catorce años! Me duele hoy no haberte correspondido como era de esperar, como
debía y como necesitaban tantos hermanos que observabas cariñosamente cuando me
abrazabas con tus brazos sangrantes y me besabas con tus labios ardientes, con
fiebre de Amor. Pero hoy, sí, mi Jesús. Sí a todo y para siempre.
Mamá
querida, es un «sí» el que se oye aún, cuando Tú me das el tono, para que yo
corresponda a tanto Amor de la Trinidad. ¡Cuánto quiero corresponder a esa
multitud de manos tendidas, de tantos hermanos que esperan y me reclaman al
Dios que debía entregarles! Mi “sí” al Padre, a Ti, Papá, a Ti, Jesús y
Espíritu de Amor, es un “sí” para multitudes. Gracias, Mamá querida».
(14
diciembre 1990. Siete Aguas)
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«Quiero expresar... que a partir de los
catorce años, mi vida, perteneció o pretendió ser de Otro, al servicio de Otro
y a merced del gusto de Otro. Y así todo cuanto envolvió esta pobre existencia
fue motivado por este Otro, a excepción de mis pecados y desaciertos, que no
fueron pocos, que mi Buen Dios me perdona y olvida.
Pido a todos os unáis a la actitud del
Dios Bueno, como de buena gana me uno yo con respecto a todos vosotros y a
cuantos traté en mi vida. Por lo que mi súplica es que al Buen Dios siempre
miréis y a Él solo escuchéis, que no a mí ni a los hombres, sino en aquello que
a Dios más os acerca, seduce y cautiva".
Porque lo buenos que sois vosotros, esto
sé no ser cosa mía. Pero sí, algo mío puede haber en lo poco malo que podáis
descubrir en vuestro curriculum; en esto no dudo que algo pueda haber que sea
pertenencia mía. Y esto poco o mucho que a mí corresponda, no grato a Dios ni a
vosotros, ni a mí, esto sí que os pido, por la Misericordia de Dios, que no lo
guardéis ni me lo devolváis, ni lo heredéis, y separadlo para siempre de
vuestro corazón, como quiero yo también confesar ante Dios y ante vosotros
hermanos, que ya solo el Amor de Dios, igual para todos, permanezca en mi
corazón.
Si os llegara a intimidar el proyecto
que Dios nos ha confiado, hasta hacernos dudar, en lo más mínimo, situémonos
muy junto a María. Ella escuchó del ángel: "No temas". Por esto, la
Mamá, experta en tal acontecimiento, nos aprieta la mano que prende siempre de
Ella, e inicia, sigue y remata nuestro sí, tal vez medio aturdido o torpe, tal
vez medio drogado o esclavo de alguna creatura. Por esto nos unimos
fraternalmente todos, para que nuestro FIAT, a veces medio confuso, quede
envuelto y arropado en el canto festivo, con toda la familia en fiesta
continua, aclamando con todo el cielo a la Trinidad y María.
(…) Así que: carísimos en Jesús y María,
Familia Verbum Dei: Matrimonios, Misioneros, Misioneras y todos los nuevos
brotes y Ramas en que pueda multiplicarse esta joven y fecunda familia: abiertos
al Espíritu de la mano de María, anfitriona de la Fiesta, participamos del
convite de la Trinidad Santísima, preparado y servido para multitudes, en
nuestro propio ser, en la persona de cada uno de nosotros. Así accedemos a la
mejor Vida, de la que nada ni nadie nos puede privar ni discutir».
(Loeches,
22 de octubre 1995)
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«Yo no le he sido fiel siempre, pero
esto me conmueve tanto como hace 60 años. Cuando no puedo hablar, lo escribo.
El amor es cantarín: “quisiera contigo ser uno, ser cuerda, ser nudo, unir los hermanos
y hacer de mis manos tus lazos de amor, quisiera Señor, seguir como cordero, ir
al degüello, dejando un reguero de sangre de amor. Quisiera, Señor, y cuánto te
quiero, te quiero, mi amor”. Claro. Te cautiva Porque imaginaos quién es Dios,
y qué eres tú, pecador, para ser su sacramento».
(Loeches,
2000)
3.
Llamada y llamadas
La llamada de
Dios no es algo estático, no es un momento puntual para recordar, sino más bien
un dinamismo de amor y de vida, que va creciendo, profundizándose en cada etapa
de la vida y en todas sus circunstancias.
En los momentos
más importantes de su vida, san Pablo recurre al relato de su vocación[12]. Su vocación se convierte
en cimiento, defensa, y en fundamento de posteriores discernimientos. De igual
modo, Dios nos invita a construir nuestra respuesta desde opciones grandes y
opciones pequeñas que van surgiendo en el camino. Por ello, siempre será vital
ir al origen de nuestra vida y de nuestra llamada, que se convierte en una
brújula para no vivir en la superficie.
Esa primera
llamada y fundamento de nuestra vida, se va actualizando a través del discernimiento.
Por ello, insiste el papa Francisco en la importancia del discernimiento:
El discernimiento no solo es necesario
en momentos extraordinarios, o cuando hay que resolver problemas graves, o
cuando hay que tomar una decisión crucial. Es un instrumento de lucha para
seguir mejor al Señor. Nos hace falta siempre, para estar dispuestos a
reconocer los tiempos de Dios y de su gracia, para no desperdiciar las
inspiraciones del Señor, para no dejar pasar su invitación a crecer.[13]
Jaime Bonet,
movido por su amor a Cristo y a su Humanidad sufriente, introduce en su vida un
criterio de discernimiento que siempre le lleva a más: es el criterio de la
mayor eficacia apostólica, es decir el deseo de poder dar siempre un fruto abundante y un fruto que permanezca
(cf. Jn 15,16).
En su
experiencia personal y en la existencia del Verbum Dei vemos, así, cómo este
amor actual a Cristo lleva a Jaime a nuevas o renovadas opciones: ir al
seminario, proponer a sus compañeros de La
Sapiencia la predicación entre ellos, su dedicación a dar ejercicios
espirituales siendo sacerdote, la fundación del Verbum Dei, la dedicación
exclusiva a la Palabra de Dios; años después, salir de la isla y abrirse a
evangelizar en los cinco continentes, construir los Centros, posteriormente salir
de ellos e ir en medio de las ciudades, el camino de aprobación jurídica para
defender una forma comunional única con varias ramas, su dimisión en el 2001
para dejar paso a nuevas generaciones…
La vida de
Jaime Bonet es una peregrinación continua, o como Abraham, un continuo salir de
su tierra e ir donde Dios le iba señalando.
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